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La primera serie de los altavoces  901 de Bose se remonta a la década de los 60 del siglo pasado. Ni siquiera se llamaban serie I. Los diseñadores creían haber logrado un altavoz casi perfecto, que no iba a necesitar demasiados ajustes. Aquel primer ejemplar era extraordinario, pero el paso del tiempo y la aplicación de las últimas tecnologías lo han convertido en un altavoz único, que ha pasado de temperamental a sencillo de configurar. Ahora ya va por la serie VI.

El 901 es el buque insignia de la tecnología directa reflejada de Bose. Cada altavoz guarda en su interior nueve conos de rango completo en una disposición que dirige el sonido hacia los lados, hacia atrás y hacia adelante. Este sistema de dispersión de sonido que no ha podido igualar ningún otro fabricante proporciona una imagen estéreo que se diferencia bien poco de la presencia física en un concierto. Los altavoces desaparecen como puntos focales, y sólo queda el sonido.

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Al cambio, los altavoces tienen que trabajar con el ecualizador activo BOSE 901 Serie VI, que compensa el cambio en el espectro de frecuencias conforme el sonido va reflejándose en las paredes. Lógicamente, la colocación de los altavoces es crucial en la obtención del buen sonido. El manual ayuda, pero quizá la clave principal es que no se deben colocar en frente de una superficie que absorba mucho el sonido, como por ejemplo unas cortinas gruesas. Los altavoces definitivos que pensaban haber construido los ingenieros de Bose allá por los 60, demostraron tener algún pequeño problema de eficiencia.

Los altavoces 901 de la serie VI son altavoces de su tiempo con bobinas mejoradas, recintos de altavoz creados por ordenador, y un diseño de puertos de graves sumamente eficaz. El desempeño de sus altavoces con diversos estilos musicales es soberbio, pero con la música clásica es el acabose. Por eso son los preferidos de los intérpretes profesionales de medio mundo.